Este tipo de daños aumentan exponencialmente de año en año, pasando a constituir un negocio y la principal fuente de ingresos de muchos ganaderos, que lejos de evitar los ataques a su ganado, algo lógico si te denominas ganadero, los fomentan y favorecen. En cierto modo, es entendible que los ganaderos aprovechen el vacío legal que deja la administración y todos los parabienes y facilidades que nosotros mismos mostramos ya que, inmediatamente al recibir la llamada de aviso del daño, nos encaminamos a casa del paisano para recogerlo delante de la puerta , cubrirle la solicitud del expediente, subirlo hasta el daño, encontrar indicios e inspeccionar el animal, valorar, cubrir el resto del expediente y si todo va dentro de la normalidad, se vuelve por casa del paisano para dejarlo de nuevo delante de casa. En todos esos pasos nos metemos en diferentes roles: hacemos de administrativos, de taxistas, de veterinario, de tratante de ganado, nuevamente de taxista y en algunas ocasiones ofrecemos nuestro cuerpo para una sesión gratuita de insultos y amenazas.
Pero la gallina de los huevos de oro se acaba, por eso tan manido llamado crisis y la falta de liquidez de la Administración. Es de esperar que de una vez por todas se implique al ganadero en la conservación de su propio ganado y que no sea la Administración la única que pone de su parte. Igualmente se debe de exigir el cumplimiento de la normativa y aplicarla al cien por cien sin excepciones así como perseguir el fraude que en la actualidad permanece impune.